Gaza y el Generalplan Ost

Entrega de comida por militares alemanes a prisioneros de guerra soviéticos, cerca de Vínnitsa, Unión Soviética, en julio de 1941. Wikipedia.
La operación militar de limpieza étnica que lleva adelante Israel en Gaza, con el apoyo entusiasta de Estados Unidos y la pasividad de Europa, incluye por primera vez el hambre como arma, una estrategia que tiene precedentes históricos en la Segunda Guerra Mundial.
Las autoridades israelíes han reducido al máximo la entrada de alimentos a la Franja de Gaza, lo que ya provocó la muerte por hambre de casi 500 palestinos y el debilitamiento de los 2 millones que viven entre las ruinas de sus hogares o hacinados en campamentos, forzados por los mandos militares a desplazarse de manera constante bajo bombardeos y masacres.
El primer ministro, Benjamin Netanyahu, reconoció que su objetivo es provocar «la emigración voluntaria» a países que la prensa israelí identifica como Somalilandia, Sudán del Sur o uno de los dos territorios en los que está dividido Libia, a través de Egipto, a lo que El Cairo se opone.
En la actualidad, Israel arrasa con la ciudad de Gaza, donde aún vivían 600 mil personas del millón con que contaba cuando comenzó la ofensiva el 16 de setiembre, la mitad de los cuales sufre la hambruna, según Oxfam. Tzahal (el ejército israelí) ha demolido una a una todas las torres de apartamentos. Israel intenta forzar a la población de la ciudad a hacinarse en 42,8 quilómetros cuadrados en el sur de la Franja (12 por ciento de su superficie) en campamentos ya superpoblados, sin agua y lejos de la infraestructura humanitaria y de la ayuda ubicada en el centro de la Franja, según Oxfam. El gobierno israelí hambrea también a los 10 mil presos palestinos, lo que llevó a la Corte Suprema de Israel, el 3 de setiembre, a ordenarle aumentar en cantidad y calidad la comida. Los presos son sometidos a torturas y a durísimas condiciones de detención.
No es la primera vez que se planifica el uso del hambre para vaciar y colonizar territorios. Paradójicamente, la última vez fue parte central del Generalplan Ost (Plan General del Este), elaborado en 1941 por los dirigentes nazis antes de atacar a la Unión Soviética para vaciar su territorio europeo y colonizarlo con alemanes.
Adolf Hitler estimaba que la colonización de la Unión Soviética transformaría a Alemania en un imperio terrestre autosuficiente, a imagen del creado por Estados Unidos en la época del destino manifiesto, «otro robusto estado de frontera, originado en colonialismo exterminador y trabajo esclavo», según escribe el historiador estadounidense Timothy Snyder en su libro Bloodlands. Europe between Hitler and Stalin (Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin). Una década antes, en la misma región de la Unión Soviética, una de las peores hambrunas del siglo XX fue provocada por las políticas de Stalin de colectivización forzada de la agricultura y requisiciones criminales de granos: 4,5 millones de muertos entre 1932 y 1933.
El plan que estudia Donald Trump para Gaza apunta a valorizarla en diez años hasta en 300.000 millones de dólares, del valor nulo que tiene ahora, y para lo cual un cuarto de su población, o sea, 400 mil gazatíes, deben abandonar la Franja terminada la ofensiva militar, según reveló The Washington Post. Llamado GREAT (Gaza Reconstitution, Economic Acceleration and Transformation), el plan fue elaborado por el presidente evangélico de la Fundación Humanitaria de Gaza, que en la actualidad administra el hambre y los asesinatos en las colas de la comida, con el apoyo del ejército israelí (véase «Un nuevo plan colonial para Gaza», Brecha, 5-IX-25). Salvando la enorme distancia ideológica e histórica y la diferencia descomunal de escala, el plan elaborado por Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich proponía utilizar el hambre para forzar una limpieza étnica de eslavos, judíos y asiáticos de la Unión Soviética, Polonia, los países bálticos y Chequia y reemplazarlos por colonos alemanes.
Los supremacistas judíos que gobiernan Israel pretenden volver a fundar colonias en Gaza y anexar «Judea y Samaria», como llaman a Cisjordania, con su ideología milenarista de colonización judía, basada en la leyenda religiosa de la tierra prometida, y un virulento racismo antipalestino, a quienes consideran inferiores o «animales», como los calificaron el exministro de Defensa Yoav Gallant y su vice Eli Ben Dahan.
Lo que está ocurriendo solo es posible porque Israel cuenta por primera vez desde su fundación en 1948 con el apoyo ilimitado de un presidente estadounidense para expulsar o confinar a palestinos y para colonizar Cisjordania y Gaza.
En Cisjordania, Tzahal demuele edificaciones en aldeas y ciudades mientras el gobierno acelera la construcción de colonias. Una vanguardia de colonos iluminados y violentos hostiga a los palestinos, arrasa con sus olivares, mata ovejas y cabras de sus rebaños, quema sus casas y automóviles. Unos mil palestinos ya fueron asesinados en Cisjordania desde el 7 de octubre de 2023, cuando las milicias islamistas de Hamás, que gobierna Gaza, masacraron a 1.200 ciudadanos israelíes y tomaron 251 rehenes.
En su campaña en Gaza, Israel destruyó los medios de producción agrícolas e industriales, masacró a la población civil deshumanizada, arrasó con sus ciudades, redujo al mínimo de subsistencia el ingreso de alimentos y colapsó los hospitales, el suministro de agua potable y el saneamiento. Una comisión independiente de la ONU concluyó que se trata de un genocidio.
El Plan General del Este preveía destruir los medios de subsistencia de la población, confiscarles sus reservas de alimentos, arrasar con sus ciudades y, desatada la hambruna, forzarlos a emigrar a Siberia o a morir de inanición. Estaban dispuestos a matar de hambre a entre 31 y 45 millones de personas, afirma Snyder. Los nazis pensaban haber ganado la guerra y estar en condiciones de imponer su relato.
Cegados por sus prejuicios racistas, los planes se les frustraron. Estimaban que los «subhumanos» eslavos no podrían resistir a la gran ofensiva de la Wehrmacht y sus aliados, que movilizó 3 millones de soldados. Habían planificado una campaña veraniega de tres meses para acabar con el ejército rojo y tomar las principales ciudades. No habían previsto abrigos de invierno.
El Plan General del Este debía comenzar con el Hungerplan (Plan Hambre), elaborado por el ministro de Alimentación del Reich Herbert Backe. Después de su esperada victoria relámpago, matarían de hambre hasta a 30 millones de soviéticos en el invierno de 1941-1942 o los forzarían a huir a Siberia, según Snyder.
Al quedar empantanada la Wehrmacht, el Plan Hambre se transformó en una campaña para extraer el máximo de alimentos de las zonas soviéticas ocupadas para alimentar a Alemania y a los países de Europa ocupados y bloqueados por los británicos. Al ejército se le ordenó alimentarse del territorio.
La Wehrmacht, imbuida de los valores del honor militar y de los códigos de la guerra, se encontró ante un dilema moral al tener que arrancar la comida a los hambreados ciudadanos soviéticos, escribe Snyder. «Mientras los mandos militares implementaban políticas criminales, la única justificación que encontraron fue la brindada por Hitler: que los seres humanos eran recipientes de calorías que debían ser vaciados, y que los eslavos, judíos y asiáticos, los pueblos de la Unión Soviética, eran subhumanos y por lo tanto descartables», según Snyder. Unos 4 millones de civiles soviéticos murieron de hambre entre 1941 y 1945 en los territorios ocupados, escribe Snyder. Los judíos encerrados en los guetos y los prisioneros de guerra fueron diezmados. Tres millones de prisioneros de guerra murieron de hambre, lo que, sumado a los civiles, elevó a 7 millones el total de soviéticos muertos de hambre.
Instrumento del genocidio, Tzahal enfrenta su propio dilema moral. Cuenta con 175 mil militares profesionales y 400 mil reservistas. El ejército informó en noviembre que podía contar con entre 75 y 80 por ciento de los reservistas contra 100 por ciento tras el ataque de Hamás, según el diario francés Le Monde. Ya no informa el porcentaje de los que no se presentan.
En una excelente crónica publicada en El País de Madrid (31-VII-25), Martín Caparrós cuenta los estudios de su tío abuelo, Bernard Rosemberg, médico en el hospital del gueto de Varsovia, sobre los efectos de la hambruna entre la población del gueto. Los judíos recibían 184 calorías diarias, un pedazo de pan y un plato de sopa, los soldados del Reich 2.613 y los polacos no judíos 699. Contrabandeado fuera del gueto, el estudio de Rosemberg fue publicado en 1946 bajo el título de Enfermedades de hambruna. Investigaciones clínicas sobre la hambruna en el gueto de Varsovia. Caparrós recomienda a las autoridades israelíes buscarlo y leerlo: «allí encontrarán una idea del hombre y de la humanidad que tantos judíos tuvieron y tenemos y unos pocos, ahora, están pisoteando con una saña que nos avergüenza».La Wehrmacht, imbuida de los valores del honor militar y de los códigos de la guerra, se encontró ante un dilema moral al tener que arrancar la comida a los hambreados ciudadanos soviéticos, escribe Snyder. «Mientras los mandos militares implementaban políticas criminales, la única justificación que encontraron fue la brindada por Hitler: que los seres humanos eran recipientes de calorías que debían ser vaciados, y que los eslavos, judíos y asiáticos, los pueblos de la Unión Soviética, eran subhumanos y por lo tanto descartables», según Snyder. Unos 4 millones de civiles soviéticos murieron de hambre entre 1941 y 1945 en los territorios ocupados, escribe Snyder. Los judíos encerrados en los guetos y los prisioneros de guerra fueron diezmados. Tres millones de prisioneros de guerra murieron de hambre, lo que, sumado a los civiles, elevó a 7 millones el total de soviéticos muertos de hambre.
Instrumento del genocidio, Tzahal enfrenta su propio dilema moral. Cuenta con 175 mil militares profesionales y 400 mil reservistas. El ejército informó en noviembre que podía contar con entre 75 y 80 por ciento de los reservistas contra 100 por ciento tras el ataque de Hamás, según el diario francés Le Monde. Ya no informa el porcentaje de los que no se presentan.
En una excelente crónica publicada en El País de Madrid (31-VII-25), Martín Caparrós cuenta los estudios de su tío abuelo, Bernard Rosemberg, médico en el hospital del gueto de Varsovia, sobre los efectos de la hambruna entre la población del gueto. Los judíos recibían 184 calorías diarias, un pedazo de pan y un plato de sopa, los soldados del Reich 2.613 y los polacos no judíos 699. Contrabandeado fuera del gueto, el estudio de Rosemberg fue publicado en 1946 bajo el título de Enfermedades de hambruna. Investigaciones clínicas sobre la hambruna en el gueto de Varsovia. Caparrós recomienda a las autoridades israelíes buscarlo y leerlo: «allí encontrarán una idea del hombre y de la humanidad que tantos judíos tuvieron y tenemos y unos pocos, ahora, están pisoteando con una saña que nos avergüenza».